La lectura es un proceso de
descodificación de lo que el escritor nos quiere expresar que está relacionado
con lo que nosotros como lectores podemos, y queremos también, entender. Para
ello, el lector se sirve de las facultades cognitivas de la interpretación, la comprensión,
y la significación, teniendo en cuenta que el texto debe tener una estructura
lógica, coherencia en el contenido y una organización.
La lectura, que debe ser dinámica,
necesita, por una parte, de un arquitecto, el escritor, que organice y haga
coherente el texto y, por otro lado, de un receptor que otorgue significado a
las construcciones de las palabras poniendo en juego sus conocimientos previos
y sus capacidades intelectuales. Eso está claro, y podemos considerarlos,
respectivamente, como factores ínsitos al texto y al propio lector. Pero,
además, hemos de analizar otros elementos. No solo se trata de un individuo, el
lector, y sus facultades, sino también de sus motivaciones, de sus estrategias
y sus objetivos. Por lo tanto, se desprende que leer para aprender requiere
algunas condiciones decisivas para que su proceso se pueda llevar a cabo de
forma eficaz.
El lector está atravesado por
conocimientos anteriores dictados por su propia experiencia, por significaciones,
por motivaciones, por prioridades y, junto a ello, por intereses, parámetros
todos ellos relevantes en la comprensión lectora.
Los propósitos que anteceden a la lectura
son los que marcan el camino de las estrategias de la comprensión lectora, como
también crean la paciencia indispensable para permanecer ante un texto de
difícil comprensión, pero no porque el texto esté necesariamente mal
confeccionado, sino porque posiblemente, o bien el lector no tiene los
suficientes conocimientos previos que le faciliten la comprensión, o bien
carece de la imprescindible motivación que debe guiar su aprendizaje.